sábado, 20 de abril de 2013

LÁGRIMAS DE SEDA

       
            Nunca podré olvidar el día en que nací…

            El almacén en cuya matriz se hallaban las delicadas telas donde permanecia caliente y húmedo.

            El haz de luz que me dejó ver, a través de la uterina puerta, estrecha y fría, como un hombre de bata blanca me llevaba hacia una iluminada sala.

            La larga mesa blanca sobre la que esperaba impaciente conocer al extraordinario ser que me dió la vida.

            La suave tiza azul con la que mi madre trazaba estrechas líneas por donde las tijeras tendrían que delimitar mi tamaño, mi constitución mi estatura.

            Aquellas hermosas manos cortaban cuidadosamente la fina tela de seda y sus dedos, suaves y limpios, de cuidadas uñas e inmaculadas yemas, asían dulcemente una fina aguja cuyas costuras definirían mi personalidad.


            El esmerado bordado que surcaba mi piel, sería sin duda, lo que marcaría la diferencia… evidentemente no sería nada vulgar, tendría distinción, sería importante.

             Y cual madre protectora y dulce, me sostuvo entre sus brazos y, cariñosamente, casi levitándome, me dobló una y otra vez y aportándome su calor, me dio forma.

            Acurrucándome en mi cuna, me quedé dormido, sin poder llorar, sin el miedo a la soledad, sin extrañar sus cuidados, pues todos los que así nacemos, somos concientes de nuestro futuro…        
                                           
                                                                  ………………………..

            Era un lunes, un lunes cualquiera, cuando desperté, y, así, sin más, me hallé metido en un bolsillo....

            No era un bolsillo cualquiera, era un lujoso bolsillo.

            Desde allí, erguido y haciéndome ver,  pude contemplar a personas distinguidas, gente importante...


            La buena vida inundó mi existencia. Comidas copiosas en restaurantes de lujo, interminables fiestas, esplendorosos bailes de etiqueta... jamás me mojaba, nunca me manchaba, siempre altivo, planchado, impoluto.

            Descubrí entonces lo perfecta que era la vida del hombre, y encontré en ella el bienestar, la protección y la supremacía de mi clase…

……………………………


            Un atardecer de un romántico día de primavera, la esbelta figura de una hermosa joven, agradablemente perfumada y vestida como una princesa, escuchaba atentamente las palabras de mi portor.

            Desde donde me hallaba pude sentir los latidos de su corazón, que aumentaban en ritmo, en intensidad y su excitación se hacía visible a la par que sus lágrimas comenzaron a brotar de sus preciosos ojos azules.


            Aquella presumida joven, siempre llorando por caprichos y amoríos, tenía que ser la que, por su estupidez de niña aburguesada y consentida, cambiara mi destino...

            Entregándome con suma delicadeza, el joven me ofreció como consuelo y ella, agradecida, secó en mí sus lágrimas...

             Una vez sóla, ofendida por su rechazo, se alejó apresuradamente y, después de impregnarme de su caro perfume, me arrugó con desprecio y  me arrojó al suelo.

            Entendí entonces el fino hilo que separa las costuras del amor y el desamor y descubrí la soledad…

………………

            El viento me rescató del barro, me elevó y transportó a una altura desde dónde pude distinguir con perspectiva, un mundo más grande y distinto de lo que imaginaba.

            Ahora todo se veía diminuto y mi soledad se transformó en admiración.

            Comprendí entonces la grandeza de la creación y lo vulnerable que se ve el hombre desde el cielo.
            Manchado, despreciado e impregnado de falsos olores, fui a caer en una estrecha calle de un mugriento barrio, en una gran urbe...

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            Un hombre de aspecto sucio y miserable, acercándose a mí, se agachó y me recogió del suelo. De su rostro arrancado de las garras de la pobreza asomaron unos tímidos ojos legañosos y tristes.

            Su desgarradora mirada me hacía presagiar que la dulzura de la vida cómoda, era tan falsa como falsa era la humanidad en sí misma.

            Me pasó por su nariz y, manchándome de su miseria, me dí cuenta de que fue más el asco de mi perfume hacia su persona, que la repugnancia de sus segregaciones nasales sobre mi fina piel de seda.

            Ambos sentimos la misma sensación: distintos olores, distintos mundos, distintas realidades… pero yo no tenía bolsillo y él siempre quiso tener un pañuelo…

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            Allí, en aquel bolsillo miserable, lleno de migajas putrefactas y restos de heces mal orientas, trascurrió el tiempo.

            Un tiempo en el que descubrí gentes que pasaban hambre, enfermas y sin consuelo, ajenas a un mundo que yo conocía como perfecto y separada de aquél por el muro infranqueable de la indiferencia.

            Entonces pasó algo…
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            Una fría mañana de invierno estos seres desolados, enfermos y tristes se cansaron de su miseria y, como hormigas en formación, dejaron de ser simples obreras para convertirse en hormigas soldado, estallando entonces la más cruel y despiadada de las aberraciones humanas.


            Mi fina tela ya rota y descosida se estremecía con atronadores ruidos de muerte y, cual tímpano herido, quise ensordecer ante tanta barbarie.

            Y por primera vez me manché de sangre. Era roja y espesa, teñia ríos y mares, paredes y calzadas, caminos y prados, los niños sufrían y las madres lloraban y lloraban... 

            Y así, día a día, mes a mes, año tras año trascurrió la guerra...

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            De repente, todo se paró, todo quedó inmóvil a mí alrededor y no sabía muy bien que había pasado.

            Aquella tarde, alguien balanceó mi bolsillo como quien porta el ataúd de un difunto.

            Entonces, me dí cuenta de aquel mendigo, un ser ya sin alma, se había convertido en apenas sesenta quilos de materia humana en perfecto estado de aniquilación…

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       ¿Qué es el hombre entonces? - Me pregunté, mientras una mano de mujer buscaba entre los harapos en los que ya formaba parte mi envejecida tela.

            Esa mano que había curado mil heridas de guerra, esa mano cuyo tacto jamás podría olvidar,  me acercó a unos ojos que abiertos como platos y,  mirando el  imborrable tatuaje de mi piel,  gastado y desvanecido en el tiempo, observó asombrada, las iniciales bordadas en oro:  “M.L.T”.

           Inmediatamente comenzó a llorar...

            De sus ojos volvieron a brotar las lágrimas, pero esta vez eran otras muy distintas, eran sentidas, eran de dolor, de un sentimiento profundo, eran unas lágrimas sinceras.


            Pero ¿cómo es posible? -se preguntaba aturdida, asustada, incrédula.¿cómo había podido yo llegar  al bolsillo de un mendigo?

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            Desesperada por la angustia, aquella enfermera que había sido antaño niña mimada y caprichosa. Nuestra llorona casadera aburguesada, se dio cuenta de que aquello que había dejado caer antaño con desprecio, era el único lazo, el único recuerdo que, de por vida, le quedaría de su único amor y que ahora yacía en una distinguida camilla para oficiales de algún hospital de guerra.
           
            Intentando que recuperara todo mi esplendor, me zurció y recompuso mi maltrecho cuerpo y enmarcándome en un lujoso marco de cristal, decidió conservarme hasta el fin de sus días, como una reliquia…  

…………………


            Allí parado, relajado absolutamente inerte, las dudas me atormentaban.

            ¿Qué tiene pues que pasar para que los hombres aprendan a compartir, aprendan a amar, comprendan el dolor ajeno y se dejen de odiar en un continuo devenir de avaricia y desprecio?      

            ¿Por qué unas delicadas manos como las que fueron capaces de darme la vida, se vuelven frías y distantes?  ¿Por qué tanto bordado si he de limpiar tus miserias?  ¿Por qué tanto perfume caro mientras muchos niños to tienen que comer?  ¿Por qué el hombre ignora al hombre?
           


            Me he tenido que empapar de finos perfumes y falsas lágrimas pero también de lágrimas de dolor, de nauseabundos olores y de sangre, sangre que a fin de cuentas es la misma para todo humano.

             Y hora, por fin, lo veo todo claro.           

            Yo nací para lo que nací, para recoger aromas y miserias y sin entender mucho lo que hacéis y por qué lo hacéis y, sin poder cambiar nada.

            Pero, sufriendo y  llorando con lágrimas de seda vuestra pena os digo que habrá sin duda un ser supremo, algo que se eleve por encima de las nubes, que pueda ver con más perspectiva, que contemple al ser humano más diminuto de lo que yo he sido capaz y que sin duda alguna os juzgará, ya lo creo que os juzgará...

            Yo, al fin y al cabo,  soy solo eso…

            Un pañuelo.

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